Los trabajadores de una Compañía son su principal activo. Es por ello que a éstas les debe resultar de especial relevancia la salud mental y equilibrio emocional de sus empleados, ya que el desempeño laboral se ve directamente influido por estas variables. Las preocupaciones del día a día, la competencia, las exigencias laborales, o el entorno laboral entre otros, pueden alterar el estado emocional de los individuos. Este posible desequilibrio, además de afectar al plano personal, afecta directamente al desempeño laboral.
La ira es una emoción humana, que experimentamos todos los individuos cuando interpretamos que nos encontramos frente a una situación amenazante. Como cualquier otra emoción, la ira no debe ser reprimida o prohibida, ya que esta acción no ayuda a su correcta gestión ni canalización. El problema no es experimentar ira, si no cómo la gestionamos y manejamos.
Saber canalizar las emociones favorece tanto a los empleados como a la Empresa, viéndose así reflejado en un clima laboral adecuado. Como punto de inicio, es importante que los individuos tengamos estrategias para manejar y controlar nuestro nivel de irritabilidad. Si nos encontramos desbordados, cualquier pequeño estímulo puede desencadenar un proceso de ira no adecuado para la situación. Generar “sistemas de alarma internos”, que nos permitan conocer y anticipar que estamos generando ira, puede ayudar a poner freno a la misma. Tener consciencia de nuestros procesos y funcionamiento siempre nos va a ayudar a percibir más control sobre nosotros mismos, y a apagar el piloto automático de la ira.
Las empresas tienen un papel importante para promover climas laborales sanos que puedan prevenir el desarrollo tensiones, como ofrecer cursos de gestión emocional a sus empleados y crear espacios donde las personas puedan exponer sus quejas o malestar sin esperar a que se sobrepasen.
Además, es importante prestar atención a la recurrencia de enfados o estallidos de ira en las personas, ya que pueden indicar el desarrollo de estados de ansiedad o estrés.